viernes, 5 de octubre de 2007


Era karma entonces, la lección no aprendida de que a su lado, en la vida , se merecía un hombre más maduro, de la vanguardia de la humanidad, sensible al mundo invisible, pero fuerte lo suficiente como para enfrentar al visible.

Sus debilidades, que quedaron evidentes, al menos para ella, la desafiaban ahora desde lo alto de un cerro de dudas y certezas. Su mirada era aún intermitente. A veces estaba muy despierta, tomaba su escoba muy seguido para deambular por la ciudad, protegida por la oscuridad nocturna; otras, andaba como zombi, perdida en marañas de pensamientos vampirezcos que le chupaban la sangre del alma.

Se sabía débil y también poderosa, había aceptado la ambivalencia de la vida, la eterna oscilación del péndulo, la felicidad y la tristeza. Pero aún le faltaba caminar, observar, comprender, preguntar y experimentar. Y cuidarse más, conocer bien la cantidad de energía que poseía y no ir más allá de sus reservas.

Esa noche, en la que puso otra vez orden en su caótico corazón, pudo sentir lo certero de su impulso y no sintió temor porque sabía que no iba sola y que si por acaso caía, unas manos amadas la iban a ayudar a ponerse de pie nuevamente y ella tendría la fuerza requerida para erguirse así y caminar nuevamente.