lunes, 17 de septiembre de 2007

fantasmas...


Ella no sabía quién era él, pero la llevaba a moverse más ágilmente que de costumbre. Hacía largo rato que la observaba, recostado sobre el marco de una ventana -la única ventana de la habitación-. Mientras repartía los folletos en los asientos, en su mayoría todavía desocupados, Ana sentía cómo esa agilidad que en un inicio había sido voluntaria y con esfuerzo, iba dando paso a una sensación de deshielo de todo su cuerpo, despertando poco a poco el alma olvidada, como placenteros bostezos.

De repente el sujeto se inclina y coloca algo sobre el asiento, antes de marcharse. Al llegar allí, Ana encuentra una nota “ambos nos hemos convertido en aquello que deseábamos: tú en una mujer dada al servicio del prójimo, y yo en un fantasma”.