Es la mañana de un domingo cualquiera. Hay sol y hay frío. Aurora prepara el mate mirando por la ventana al cielo; sobre la hornalla de la cocina, el agua se calienta. En los suburbios de Montevideo el cielo es ancho y celeste, o ancho y gris; uno no piensa allí en el cielo parcelado por los edificios. El timbre suena. Aurora coloca el agua en el termo, lo deja sobre una mesa y se dirige a la puerta. En el camino se recoge el pelo con ambas manos, envolviéndolo con un pañuelo.
- “Estoy segura que es mujer”- murmura y abre la puerta.
Encuentra a una mujer ágil, de unos 50 años, con el cabello teñido y el rostro vencido.
- “Mi nombre es Mariana. Sé que no he llamado pero vivo una situación muy difícil y necesito su ayuda. Por eso he venido a verla.” Habla rápido como quien espera cualquier resultado, con ansias, con necesidad. Aurora la hace pasar a la sala, y al sentarse ambas, la mujer continúa:
- “Tengo un hijo que fue diagnosticado hace 8 años con Esquizofrenia, cursaba en aquel momento Preparatorios y desde entonces todo ha comenzado a empeorar. El vive conmigo y se ha puesto paranoico y violento, apenas sale de la casa y desconfía de todo.” Hace una pausa y luego continúa:
- “Quiero que me diga qué va a pasar con mi hijo. Qué va a pasar con él”.
Aurora está sentada con sus manos en el regazo. Al hacerse silencio, asiente con la cabeza y cierra los ojos. Mariana no ve el brillo en los cabellos grises de Aurora, provocado por el sol. No ve las cortinas viejas y sucias, ni el polvo suspendido en el aire, ni las hojas ni los libros en el piso, a su alrededor. Parece absorta o concentrada en evitar cualquier imagen que la realidad pudiera devolverle. La vidente, aún con los ojos cerrados, comienza a hablar:
- “Su hijo va a conseguir un empleo, va a dejar la violencia atrás. Posiblemente sea por el diario; esto lo va a tranquilizar. Se va a sentir acompañado, va a pasar muchos años allí. Usted puede quedarse tranquila, esto va a suceder.” Continúan sus ojos cerrados y Mariana parece no comprender, sólo la mira y la mira.
Aurora hace 10 años que vive en la misma casa, haciendo lo mismo todos los días, salvo algún domingo. Lo mágico consiste en que cada vez el estado de su emoción es mas intenso, mas personal y rozando lo insoportable; y ella lo sabe.
- “Lo veo a su hijo quieto, sentado. Está mirando altos árboles torcidos todos en la misma dirección. El está pensando, piensa en estos árboles, piensa que alguna vez deben haber querido marchar hacia algún lado.” Y continúa:
- “Está tranquilo, nadie lo molesta, él no molesta a nadie. Está en paz, el va a encontrar la paz, y usted también”.
No hay luego mucha comunicación entre ellas, acuerdan el dinero, Mariana paga y se dirige al auto estacionado frente a la casa. La calle está desierta. “Qué lindo si el mundo fuera siempre así” piensa y suspira. Ve un quiosco y en lugar de subir al auto se dirige hacia allí, compra un periódico y se acomoda en el asiento del conductor.
Ella maneja una inmobiliaria desde hace años, se encarga de todo y su trabajo la llena bastante. Tiene que mostrar las casas y los apartamentos, hacer y firmar contratos, cobrar alquileres, chusmear en el diario los precios y comparar, ver avisos de otras inmobiliarias... Gana bien y a veces se da algunos “lujitos” como comer afuera o pedir pizzas o ir al cine con Ale, su hijo y único familiar.
Mariana sale de ese estado hipnótico en el que a veces entra sin saber nunca cómo. Abre el periódico y comienza a buscar en la sección “Trabajo ofrecido”. - Profesionales, no; bebés para modelos publicitarios... no, chicas para casas de masajes, no. Se busca sereno para trabajo en cementerio. Nuevamente parece absorta, sin embargo rápidamente cierra el periódico y lo coloca sobre el asiento de acompañante. Enciende el coche y desaparece.